La leyenda del Horcón

 


Es un relato poético compuesto por el ya fallecido  payador Uruguayo Juan Pedro López. En su poema titulado el horcón cuenta como un anciano confiesa a un grupo de personas, un crimen cometido hace muchos años, al terminar la historia su hijo lo abraza y le perdona por aquel error.

Juan Pedro López fue un famoso "gaucho uruguayo" que vivió a principios del siglo XX, haciéndose conocido en su natal Uruguay y en la vecina Argentina por sus creaciones de poesía popular o de raíz folklórica (payas) y también por componer muchas canciones, tangos y milongas.

Fue el poeta y payador más grabado de su tiempo, ya sea con creaciones grabadas de su propia voz o con la de otros entre las que se cuentan las grabadas por el mismísimo Carlos Gardel.

Se le llama "Payada" a las poesías que el gaucho (payador) cantaba casi recitando con la ayuda de la guitarra, caracterizándose por ser improvisada y cantada, siendo los principales temas el origen de la vida, el amor, el hogar o los misterios de la muerte.

Juan Pedro López nació en Echevarría (Canelones-Uruguay) el 15 de agosto de 1885 y falleció en Montevideo (Unión) el 25 de enero de 1945.

La leyenda del Horcón

Llovía torrencialmente,

y en la estancia del Horcón,

como adornando el fogón,

estaba toda la gente.

Dijo un viejo de repente:

“Les voy a contar un cuento.

Aura que el agua y el viento

traían a la memoria mía

cosas que naide sabía

y que yo diré al momento.

 

Tal vez tenga que luchar

con más de un inconveniente

pa que resista la mente

el cuento sin lagrimear,

pero Dios, que supo dar

paciencia a mi corazón,

tal vez venga esta ocasión

a alumbrar con su reflejo

el alma del gaucho viejo

que ya le espera el cajón.

 

No se asusten si mi cuento

les recuerda en este día

algo que ya no podía

ocultar mi sentimiento.

Vuelquen todos un momento

la memoria en la pasao,

que allí verán retratao,

con tuitos sus pormenores,

una tragedia de amores

que el silencio ha sepultao.

 

Hay cosas que yo no puedo

detallar como es debido:

unas, porque se han perdido

y otras, porque tengo miedo;

pero ya que en el enriedo

los metí, pido atención,

que, si la imaginación

me ayuda en este momento,

conocerán por mi cuento

LA LEYENDA DEL HORCÓN

 

Alcancenmén un amargo

pa que suavise mi pecho,

que voy a dentrar derecho

al asunto, porque es largo;

haré juerza, sin embargo,

pa llegar hasta el final,

y si atiende cada cual

con espíritu sereno,

verán como un hombre güeno

llegó a hacerse criminal.

 

Setenta años quién diría

que vivo aquí en estos pagos,

sin conocer más halagos

que la gran tristeza mía;

setenta años no es un día,

pueden tenerlo por cierto,

pues si mis dichas han muerto,

aura tengo la virtud

de ser pa esta juventud

lo mesmo que un libro abierto.”

 

Iban a golpear las manos

por lo que el viejo decía,

pero una lágrima fría

les detuvo a los paisanos.

“Hay sentimientos humanos

-dijo el viejo conmovido-

que los años con su ruido

no borran de mi memoria,

y este cuento es una historia

que pa mi no tiene olvido.

 

Allá en mis años de mozo,

y perdonen la distancia,

sucedió que en esta estancia

hubo un crimen misterioso.

En un alazán precioso

llegó aquí un desconocido,

mozo lindo, muy cumplido,

que al hablar con el patrón

quedó en la estancia de pión,

siendo dispués muy querido.

 

Al poco tiempo nomás

el amor le picotió,

y el mocito se casó

con la hija del capataz;

todo marchaba al compás

de la dicha y del amor,

y pa grandeza mayor,

dios les mandó con cariño,

un blanco y hermoso niño

más bonito que una flor.

 

Iban pasando los años

muy felices en su choza:

ella, alegre y güena moza;

él, fuerte y sin desengaños.

Pero misterios extraños

llegaron… y la traición

deshizo del mocetón

sus más queridos anhelos,

y el fantasma de los celos

se clavó en su corazón.

 

Aguantó el hombre callao

hasta dar con la evidencia,

y un día fingió una ausencia

que jamás había pensao.

Dijo que tenía un ganao

que llevar pa la tablada,

que era una güena bolada

pa ganarse algunos pesos,

y así entre risas y besos,

se despidió de su amada.

 

A la una de la mañana

del otro día justamente,

llegó el hombre de repente

convertido en fiera humana;

de un golpe hechó la ventana

contra el suelo en mil pedazos,

y avanzando a grandes pasos,

ciego de rabia y dolor,

vio que su único amor

descansaba en otros brazos.

 

Como un sordo movimiento

en seguida se sintió;

después un cuerpo cayó,

y otro cuerpo en el momento;

ni un quejido ni un lamento

salió de la habitación;

y pa concluir su misión

cuando los vió difuntos,

los enterró a los dos juntos

allá donde está ese horcón.

 

En la estancia se sabía

que la ingrata lo engañaba,

pero a él naide le contaba

la disgracia en que vivía;

por eso la Polecía

no hizo caso mayormente,

pues dijeron: “La inocente

se jue con su gavilán…,

y en cambio, los dos están

descansando eternamente.”

 

-¡Ahijuna!-gritó un paisano-,

si es así lo que habla el viejo,

¡ése era un macho, canejo!

¡Yo le besara la mano!…

-Yo soy-le gritó el anciano-,

¡Venga, m’hijo, bésame!…

Yo fui, m’hijo, el que maté

a tu madre disgraciada,

porque en la cama abrazada

con otro hombre la encontré.

 

-Hizo bien, tata querido

-gritó el hijo sin encono-;

venga, viejo lo perdono

por lo que tanto ha sufrido;

pero aura, tata, le pido

que no la maldiga más,

que si jue mala y audaz,

por mí, perdónela, padre,

que una madre siempre es madre.

¡Déjela que duerma en paz!…

 

Los dos hombres se abrazaron

como nunca lo habían hecho;

juntando pecho con pecho,

como dos niños lloraron;

padre e hijo se besaron,

pero con tal sentimiento,

que el humano pensamiento

no pudo pintar ahora

la escena conmovedora

de aquel trágico momento.

 

Los ojos de aquella gente

con el llanto se inundaron,

y todos mudos quedaron

bajo un silencio imponente;

volvió a decir nuevamente:

-Allí están, en el horcón.

Y poniendo el corazón

el anciano en lo que dijo,

le pidió perdón al hijo

y el hijo le dió el perdón.


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